Penetrar
el misterio implacable
del dolor—
jamás es igual.
Con el aliento tenue como el ala de la libélula,
intuyo el resplandor,
la abertura invisible.
Sonido y luz—
urdimbre y trama de la misma tela—
oculto en sus pliegues,
un templo sagrado.
Allí, una cúpula sin confines
se estremece y se abre,
liberada
por el silencio retumbante del ahora.
En la quietud
entre cada ola,
se congrega una calma radiante—
sin centro, resplandeciente,
en todas partes—
que libera todo dolor
en la luz que lo creó.
—Lorena Wolfman (2020, 2025)
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