De regreso a la orilla del agua,
hundo mis brazos escamados en la arena,
mis alas se despliegan desde los hombros.
Mis brazos se afianzan en la tierra,
mi cuerpo apoyado en la tibia resistencia.
Elevo mis fosas nasales reptilianas
al aire matutino—
inhalando
un aliento más antiguo que el nácar,
cargado de océano y flama,
almizcle de piedra mojada,
el susurro del viento salado,
tierra bañada de sol.
Mi cráneo tejido de continentes se desplaza—
una cartografía de tierras antiguas,
un cosmos grabado en el hueso.
Geometrías de encuentro—
cada placa tectónica
tocando la mañana,
masas de tierra
rozándose entre sí,
formas sumergidas
emergiendo.
Con la tibieza del sol en mi cráneo,
la luna creciente
aún brilla a la derecha,
mientras el hemisferio izquierdo
reposa en la sombra—
esperando,
soñando con una noche tropical,
grillos bordando el manto de oscuridad
con su canto.
—Lorena Wolfman (2020, traducción 2025)
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