un río silencioso
de lo que no se dijo
fluye por nuestra piel,
fluye entre nosotros,
silente, invisible,
ni siquiera lo habíamos visto—
hasta ahora.
¿Cuántas generaciones
han silenciado sus lágrimas?
¿retenido su furia en la garganta?
¿obviado la expresión de la ternura?
¿enterrado sus voces grandiosas?
Siento el rugido callado del río—
rebosante
de piedras de angustia,
historias no contadas,
memorias sin coordenadas
envueltas en corrientes ocultas.
Pero su luz
aún corre por nuestras venas—
un aliento de alegría
entrelazado con la resonancia,
que aún susurra en voz baja.
Y más adelante—
un fulgor tornasol,
cola de pez que destella,
abre paso entre los rápidos profundos y cristalinos,
en el caudal sin fin del río.
Este río
nos pertenece a todos.
Es más grande que cualquiera de nosotros.
Vive en nuestra piel,
fluye por nuestras venas.
Somos parte de la memoria colectiva:
cada uno de nosotros guarda una llave—
una polifonía singular,
del arcoíris
que se eleva desde nuestro vientre,
todos los colores
tendiendo su arco
sobre la tierra.
La antigua canción
se deshiela.
Las aguas cobran vida
y brotan
en un canto en vuelo.
aaaah... aaaah...
AAAAH—
en algún lugar de arriba,
la lluvia comienza a tamborilear
hacia la tierra.
El tiempo—
eones, épocas,
siglos, décadas,
este mismo instante—
transforma el cauce del río
como sólo el río lo sabe.
No hay prisa.
oooooohhhhh—
sólo el río,
serpenteante, fluyendo,
corriente sobre corriente,
hasta que el cuerpo entero del río
y de nuevo
se vuelve
aliento ascendente.
—Lorena Wolfman (2020, traducción 2025)
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