Camino sobre filos desnudos—
heridas abiertas,
bajo mis pies, esquirlas,
buscando el equilibrio perdido—
filos vivos,
navajas desenvainadas,
incontables filos,
incontables heridas.
Retumba la tormenta
como rumor de guerra.
Campos de almas desgarradas
que cruzan las generaciones—
cada día resuenan
con lo que se perdió,
lo que se fue encerrando,
lo que fue abandonado.
El aroma desatendido de la muerte
todavía persiste—
en manos calladas,
columnas hundidas,
lenguas enmudecidas,
una ceguera inadvertida,
deseos sin nacer
que claman por ser oídos.
Y caigo,
y caigo,
hasta golpear en el suelo—
y todavía,
ahí busco
y busco,
me busco,
asomándome al borde,
más allá,
en lo profundo.
Busco algo
que suavice el camino,
que me sostenga—
en medio del desgarro
de corazones temblorosos.
Olfateo el aire
en busca de una conciencia intacta,
del sentido palpitante
de la plenitud.
Busco la belleza
de amar lo que es—
el alma,
una marea creciente
en mi corazón.
Busco la dicha serena
de amar lo que venga,
hasta la incógnita desafiante
del zumbido ciego.
Ahí,
el alma asciende en su propia danza—
su mirada se dirige al cielo
mientras su corazón se funde con la tierra.
Sus ojos se levantan
por encima del abismo.
Y la sangre—
roja, regia,
de flor nacida,
fluye sigilosa,
esparciendo renovación.
—Lorena Wolfman (2019, traducción 2025)
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