La sangre que recorre
los miles de kilómetros
de los vasos sanguíneos de tu cuerpo
es por definición migrante.
No viaja por las corrientes aéreas
como golondrinas
o monarcas.
No, fluye por las arterias íntimas
como el salmón
imantado por su origen
en las aguas de un río
que corre a raudales,
nunca las mismas,
su torrente
siempre viva,
se derrama por dentro
donde la respiración la guarda.
¿Quién puede afirmar
la ubicación exacta de su tierra
bajo un cielo que gira?
¿en un planeta que tiembla?
Las migraciones renuevan la tierra
bajo nuestra piel.
El corazón jamas pidió
permiso de latir.
Algo dentro
siempre recuerda su soberanía,
su lugar.
Los eritrocitos nunca tuvieron visa
su permiso es la vida.
Todo en su paso queda empapado
teñido de rojo y honda alegría.
La corriente ancestral
no se mengua, no se detiene—
se reciclan sus formas.
—Lorena Wolfman (2017, 2025)
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