I.
En su inicio la vida es un exilio
del mar
del amnios de la madre.
Es partir de la noche eterna,
allí donde todo se sabía—
noche sin forma,
sin tiempo,
sin distancias.
Allí donde sólo aguarda
la esencia,
como sutil aroma
que pudiese ser flor de azahar,
pudiese ser rosa
que adorna esta noche
en la cual nuestras voces se encuentran.
II.
El canto de las cicadas nos rodea.
Luciérnagas titilan en el campo.
Después de cenar,
comentamos la geometría sagrada
y el origen de las cosas:
el espiral que se abre,
los pétalos perfumados en la mesa.
Nuestra risa flota hacia el firmamento.
Todo es testigo de nuestra levedad.
Al amanecer, el murmullo de la las olas
nos acompañan.
III.
Caminamos.
Seguimos en nuestra caída
hacía el cielo,
la tierra gira en su órbita
virando por la galaxia,
La Vía láctea nos lleva.
Jamás volveremos a este lugar,
nuestras vidas son una ofrenda
de suspiros,
asombro y canto,
rosas errantes en una corriente mayor,
y las estrellas son nuestros hermanos.
—Lorena Wolfman (2017, 2025)
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