La entrada está en sombra,
falta la clave del arco.
Está enmarcada en caliche
tallado a mano.
Su forma tiene una ambigüedad,
pero nos llama,
como siempre lo hace un portal.
Las ruinas se extienden en el crepúsculo.
Quedan restos de una ventana amplia
como atalaya inútil
ante una habitación amorfa, sin techo,
donde ahora crece un árbol.
Apenas existe un piso—
solo tierra amontonada,
algunos azulejos rotos...
donde las paredes y el suelo
se desdibujan el uno en el otro…
En la noche,
los límites entre la oscuridad
y el sonido
se disuelven
en esa clase silencio,
que no se habla;
un solo susurro retumbaría.
Se reanuda el concierto callado,
con el ulular del tecolote,
el aullido del coyote
del otro lado de la barranca—
no es una explosión,
sino el suspiro de una mina
vacía desde hace tiempo,
o la caricia del aire
entre las ruinas desmoronadas…
—Lorena Wolfman (2018, 2025, v2)
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