La memoria es un coyote,
con patas tan suaves
como el polvo de caliza
al borde del barranco
donde tiene su guarida.
Desde la seguridad del pueblo,
dentro de cuatro paredes,
bajo vigas de madera,
escucho el eco de su llamado
en una noche de luna creciente.
Más allá de los límites conocidos,
se mueve entre sombras de mezquite—
un destello de silencio
con dientes.
Un parpadeo de pelaje,
un espejismo fugaz—
nunca hubo un sendero,
era la sed
que te llevaba a seguir,
lo que se mantenía oculto,
el olor de pertenencia
al lugar que habitas
sin saberlo.
—Lorena Wolfman (2025, traducción 2025)
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