El principio de la sabiduría es llamar a las cosas por su nombre. - Confucio
"El péndulo de la mente oscila entre el sentido y el sin sentido, no entre el bien y el mal." —Carl Jung
¡Abracadabra! tiene entre sus posibles etimologías el Arameo: אברא כדברא avrah kahdabra que significa: "Yo creo como hablo" .
En el mundo de la física mecánica, la de nuestra carne y hueso que al parecer obedece ciertas reglas que actúan como si hubieran límites fijos que se dan en la superficie de las cosas, mi mano se detiene en la perilla de la puerta, le doy la vuelta y se abre, esta acción de depende de la acción de la inercia, entre otras cosas, una dimensión en la cual cualquier fenómeno sugiere y lleva a su opuesto. Por ejemplo, empujamos la planta de los pies contra el piso para elevarnos. Esto presagia el éxito para la bailarina ejecutando el jeté. Depende de los convenios de la naturaleza descritos por Newton de que "con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria". Pero lo que por un lado nos sirve para la locomoción, será que también los encierra en en ciclos sin fin de acción y reacción... ¿Será que no es buen presagio para cambios de otro índole que añoramos? ¿Será que las cosas se cansan del encierro y esto es lo que lleva a la entropía? ¿Existirán cambios de estado deseables en el desenvolvimiento de la voluntad humana que no implican acción y por lo tanto, tampoco representan su reacción correlativa? ¿Y si existen, a qué dimensión de la experiencia humana pertenecen?
Llevando esta indagación sobre la voluntad y la experiencia al lenguaje y los significados, si hablamos de paz y rastreamos su raíz etimológica, en el camino nos encontramos casi de inmediato con la Pax romana, una paz impuesta para un pacto diseñado e impuesto por el vencedor, el que tiene el privilegio de imponer la ley, el que impera impone su voluntad. Si retrocedemos más en el tiempo hacía el alba de la consciencia humana de este ciclo, siguiendo pistas luminosas etimológicas, hacía un tiempo casi inmemorial, pero que aún vislumbramos, entre las nubes numinosas de nuestro ADN linguístico, nos encontramos con-pak, del proto-indoeuropeo que significa: fijar, atar, ensamblar, asegurar. ¿Esta es la pazque añoramos? ¿Será que existe otra paz? Y si existe, ¿cómo se llama? Si hemos de llamar las cosas por su nombre para tener domino sobre ellos, o para crear o manifestar nuestros pensamientos y añoranzas más íntimas, ¿no es hora que la busquemos por su nombre? ¿Cómo se llama esta paz que añoramos? ¿A qué dimensión de la experiencia humana pertenece?
—Lorena Wolfman (2015)
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