Si imitamos a los árboles
nuestras raíces se alargan.
Se extienden hacía el centro de la Tierra.
Allí, en el misterio del barro primigenio
nos nutrimos.
Aprendemos lenguas secretas
que no se pronuncian en la superficie:
se entretejen rugidos tectónicos y conversaciones miceliales.
Nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad
y brillan como ópalos diamantes rubíes amatistas
ónyx, fuego.
Nuestras orejas se hacen de pelusa como los ratoncitos del campo
Nuestra piel se hace color café gris o mineral como las piedras.
Nuestros brazos buscan el cielo
y aprenden el lenguaje de la vía láctea:
el centelleo.
—Lorena (2016)
nuestras raíces se alargan.
Se extienden hacía el centro de la Tierra.
Allí, en el misterio del barro primigenio
nos nutrimos.
Aprendemos lenguas secretas
que no se pronuncian en la superficie:
se entretejen rugidos tectónicos y conversaciones miceliales.
Nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad
y brillan como ópalos diamantes rubíes amatistas
ónyx, fuego.
Nuestras orejas se hacen de pelusa como los ratoncitos del campo
Nuestra piel se hace color café gris o mineral como las piedras.
Nuestros brazos buscan el cielo
y aprenden el lenguaje de la vía láctea:
el centelleo.
—Lorena (2016)