Hace cinco años—
las noches sin luna eran tan profundas y oscuras
los muros de adobe de mi jardín se disolvieron
en portales indómitos de asombro
más allá del borde de la razón
donde la imaginación se aferra
Hace cinco años—
la columna vertebral lechosa del cielo aún hormigueaba
con su glorioso resplandor
iluminando las alturas celestes
con algo muy más allá del brillo
aunque todavía respiramos más profundo
ante la revelación de las estrellas
justo después del atardecer
Hace cinco años—
el llanto de la llorona
resonaba a lo largo del lecho del arroyo
mientras los coyotes errantes aullaban
desde las afueras del pueblo
en ciertas noches del año
por las colinas más retiradas
los habitantes aún susurraban que habían esferas
que rebotaban por las laderas
del cerro del Águila y el cerro del Saus—
que eran brujas, decían
y llamaradas ancestrales
que se veían ardiendo después del crepúsculo
levantándose entre los matorrales
Hace cinco años—
se sabía que podías ser recibido
en el camino por un fantasma
en la curva mortal que conduce fuera del pueblo
se decía que se subía a los taxis
solo para desvanecerse antes de llegar al pueblo
una mañana brumosa, cuando llegué por primera vez
una anciana que nunca volví a ver dijo:
dicen que este es un pueblo fantasma,
pero no hay fantasmas aquí—
los únicos fantasmas en estas calles
son los forasteros
Hace cinco años—
entrabas en la naturaleza un paso más allá del pueblo
podías sentir la conciencia intacta
y ajena de—
conejos, ratones de campo, serpientes, escorpiones
nopales, palmas, mezquites—
y era como si
hubiera algo más
esperando justo fuera de la vista
a veces observando
aventurarse afuera a oscuras
era emprender un viaje en lo desconocido
Hace cinco años—
podías despertar al tintinear de campanas
del rebaño de ovejas que arreaban por el pueblo
y de noche podrías escuchar un extraño y dulce balbuceo—
el balido de las cabras,
como el arrullo suave y lastimero de un bebé,
arrullándote para dormir
en estos siete años—
el ruido del tráfico y la enceguecedora luz blanca de las farolas
han eliminado el misterio a codazos
han desalojado el refugio de lo invisible
que la llorona huya
han doblegado la imaginación
y forzado a los coyotes, conejos y alicantes
a las precarias y áridas tierras salvajes
pero las luces eléctricas no pueden borrar
la sombra del alma humana.
Y aunque los sueños huyan al monte,
allí guardan su vigilia.
—Lorena Wolfman (2021, 2025)
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