martes, 3 de junio de 2025

Hace siete años

Hace siete años—


las noches despojadas de luna

eran tan hondas y tupidas

que las paredes de adobe del jardín

se disolvían en portales indómitos

más allá del límite del raciocinio,

ahí la imaginación toma las riendas.


En el cielo aún temblaba la columna láctea,

vertiendo su resplandor

sobre el arco celeste

centellante origen...

Aún respirábamos

bajo la mirada parpadeante

de estrellas despabilándo 

el mundo nocturno.


Hace siete años—


el llanto de la Llorona

resonaba a lo largo del arroyo,

mientras coyotes errantes aullaban

desde las afueras del pueblo.


Los habitantes susurraban de esferas

que en ciertas noches del año,

rebotaban por las laderas retiradas

de los cerros del Aguila y del Saus

eran brujas, decían.

Y en otras noches veraniegas 

llamaradas ancestrales

se veían ardiendo

levantándose entre los matorrales

después de la puesta del sol.


Hace siete años—


habían quienes decían que en el camino

podrías toparte con un fantasma,

en la curva traicionera del trayecto —

que se subía una mujer a los taxis

y se desvanecía antes de llegar al destino.


Pero en una mañana de neblina,

cuando llegué al pueblo por primera vez,

fue una anciana —que nunca volví a ver— quien dijo:

“Dicen que este es un pueblo fantasma,

pero aquí no hay fantasmas.

Los únicos fantasmas

en estas calles

son los forasteros.”


Hace siete años—


al adentrarse en la naturaleza

que cortejaba las orillas del pueblo,

se podía sentir una conciencia

intacta y ajena —

conejos, ratones de campo,

serpientes, alacranes,

nopales, palmas, mezquites —

y otra cosa

era como si algo más

estuviera allí

desde siempre,

esperando en las sombras

o observando

desde un mirador invisible.


Aventurarse al campo a oscuras

era emprender un viaje

en lo desconocido.


Hace siete años—


podrías despertar con el tintineo de campanas

del rebaño de ovejas que arreaban por el pueblo

hacia los pastizales,

y escuchar un murmullo dulce y extraño —

el balido de las cabras,

como el arrullo suave y lastimero de un bebé,

que te mecía de nuevo

hacia un recuerdo 

            olvidado en los sueños.


Ahora—


el ruido del tráfico, los cláxones y motores

y el brillo de los postes municipales 

y los focos de espanto

han borrado la magia a golpes,

han desalojado el refugio de lo invisible,

han ahuyentado a la Llorona,

la imaginación ha sido domada,

y los coyotes, conejos y alicantes

se ven obligados a buscar refugios alejados

en los precarios y áridos confines.


Pero las luces eléctricas no logran borrar

los umbrales donde habita el alma humana.


  Y aunque los sueños huyan al monte,

    sus sombras alcanzan invadir las pesadillas urbanas.


  Pero 

            solo hace falta pisar la tierra

                en una noche sin luz

                        ahí donde aún aguarda 

                                                            el asombro.



—Lorena Wolfman (2021, traducción 2025)








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