jueves, 24 de octubre de 2013

Repiramos mar

La neblina entra por el puerto de San Francisco.  Su diáfano cuerpo blanco es enorme comparado a un ser humano.  Es de una escala inasible.  Borra la bahía, las copas de los árboles, las colinas, y los caminos. Para los conductores en la trece la carretera delante desaparece. La neblina se extiende voluminosa sobre todo el paisaje, se hace cielo, agua que vuela en medio de todo dando vueltas lentas.  Hacía donde transita no lo sabemos. La respiramos, hacemos trueque, cielo por sangre.  Crece la neblina como una aparición alucinante de nubarrones flotando más arriba de arriba, encima de todo, más allá de la cordillera que nos separa de los habitantes de tierra adentro–– su enorme naturaleza tan íntima es inquietante.  Nos entra por los poros de la nariz, por la boca, ocupa su lugar en nuestros pulmones y nos da vida mientras nos la quita.  Desde la isla herida al otro costado del océano nos llega a este costado de América del norte los radioisotopos, los átomos iracundos del uranio-235, el plutonio-239, el cesio-137, el estroncio-90...  Su trabajo es la descomposición. Nuestros hermanos no aguantan más–– los lobos marinos, las focas, las ballenas, los atunes, las sardinas, las estrellas del mar, las algas, y quién sabe cuántos de nuestros propios hijos guardan la aniquilación lenta dentro de sus células...  La escala de la ira de 7 millones de años no es la nuestra.  Aquí a este lado del Pacífico, los que aún no dejamos de respirar para siempre, respiramos mar.  Es un cuerpo lleno de pena.  Respiramos mar.  Es un ataúd lleno de agua.  Respiramos mar.  Es un horizonte inescrutable y sin fondo.  Respiramos mar, respiramos, conciliados o no con nuestro destino, respiramos mar, amando o no al prójimo, respiramos mar.  Respiramos.


––Lorena Wolfman © 2013

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