Muchos dicen
que este es un pueblo fantasma.
En invierno, cuando el aire
de por si me quita
lo que genera el cuerpo
de calor,
los sueños no realizados
cruzan las calles como espantos
helándome la espalda.
A veces uno de los sueños
que aún no se da por vencido,
me agarra
y baila conmigo.
El baile parece durar mucho tiempo.
Ellos aparecen vestidos de galán—
pero luego me murmullan al oído
confesando que son los fracasados
del boom.
Algunos ni siquiera murieron en Pozos,
emigraron a la capital
o a cualquier lado
para escaparse de aquí
con los bolsillos vacíos.
Se fueron con lo único que sabían hacer:
escarbar.
Así sin más, se desvanecieron
en las calles iluminadas de la ciudad.
Otros te dirán
que se murieron ahogados en las minas,
o que murieron en una explosión,
o envenenados por mercurio,
cuyas lágrimas dejaron surcos platinados
en sus mejillas
pálidas, para siempre.
Estas aspiraciones
y sus fantasmas
siguen circulando por aquí
como el viento que suena en los pirules.
Solo los perros
saben navegar
por estas calles empedradas.
Solo ellos saben cuidar
la bocamina del inframundo—
para proteger a los de arriba,
y los de abajo…
—Lorena Wolfman (2018, 2025)