martes, 8 de abril de 2025

Lengua materna

 

Antes de las palabras

existían las sílabas intersticiales. 

el origen del lenguaje

es la vibración,

aunque algunos dirían 

que es el silencio.

Antes del ajetreo utilitario

el trazo de todo surgía

de oscilaciones telúricas

e interestelares,

gestos primordiales,

frecuencias murmurantes—

Células multiplicándose

y derramándose en forma.


No en una roca

ni pez

ni nube

ni caballo

ni vid

ni lagarto,

pero todo aquello

y algo más,

continuamente transfigurándose,

migrando sin cesar

bajo la mirada de dios:

montañas himalayas,

vía láctea,

mar ilirio,

vaho de brisas olvidadas,

la memoria infinita

de la hormiga,

con sus caminos

como mapas de constelaciones originarias.


Cualquier palabra,
cualquier nombre
que cruce los labios de dios
es la espiralización divina
convertida en árbol,
granada,
rosa,
como el rocío matutino
levantándose con cada inspiración,
como si se expandiera 

debajo de las alas del pitacoche,
que con su primer aleteo 

desparrama la dulzura 

de la canción 

que llena nuestros pulmones.


Solo el dios de la danza
podría resucitarnos de esta manera
del interminable trajín de la costumbre.

El gesto divino
se acelera,
respira,
palpita,
fluye por dentro.


El cuerpo responde 

a los primeros designios 

y emerge del regazo del mar,

donde las estrellas beben desde siempre.
Se elevan los dedos, los brazos, las costillas;
giran muñecas, codos, hombros,
mientras las caderas acentúan el ritmo de la vida.
Su abrazo abarca el cielo
que ha vuelto a titilar
con fulgor primario.

Las piedras lisas
bajo las plantas de los pies,

brillan.

Y por primera vez,

volvemos a las palabras

con la redescubierta facultad 

de llamar al mundo por su nombre—


—Lorena (2025)


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